Pese a que el fósforo se encuentra en general en todos los alimentos, lo que sin duda facilita su ingesta, su concentración es mayor en aquellos ricos en proteínas de origen animal: carnes, pescados , huevos y lácteos.
Aunque en menor proporción, también lo hallamos dentro del reino vegetal: los frutos secos (almendras, nueces…), los cereales integrales y las legumbres son los grupos de alimentos más destacados.
Asimismo, existen otras dos fuentes de fósforo distintas a las anteriormente citadas: los aditivos alimentarios (fosfatos) y los complementos dietéticos (complejos vitamínicos).
Los fosfatos suelen emplearse habitualmente como aditivos en la industria alimentaria a la hora de elaborar quesos, salchichas, hamburguesas o refrescos.
Calcio y fósforo
El nivel de calcio y fósforo en el organismo está íntimamente relacionado, ya que el exceso o la falta de uno de ellos afecta a la capacidad de asimilación del otro. Por ejemplo, el exceso de fósforo provoca una peor absorción del calcio y, por tanto, una desmineralización ósea que, a largo plazo, podría desencadenar en raquitismo, osteomalacia y osteoporosis. Por consiguiente, es imprescindible mantener un equilibrio entre ambos minerales.